Llevar el ataque al corazón de Berlín...



Según Inge Viett, solamente una mujer, «Susan», habría resistido a esta ola de detenciones que afectó también a los colaboradores legales. Viett, Rollnik, Plambeck del Movimiento 2 de Junio y Monika Berberich de la RAF prepararon su evasión ya a principios de 1976, después de que un primer intento, del cual Viett no habla, fracasara el 23 de diciembre de 1975. Susan ayudó en la acción de varias formas. La noche del 7 de julio de 1976, las cuatro mujeres consiguieron escapar, según narra Inge Viett.


Monika [Berberich] descubrió este agujero en la vieja prisión de Lehrter. Una pequeña pero suficiente claraboya sin rejas en el vestíbulo de la biblioteca de la cárcel. Estaba muy oculta por el paso de los años, durante los cuales visiblemente no había tenido otra función que la de ser descubierta por alguna prisionera decidida a reconquistar su libertad. Con Moni podía hacer cada día media hora de patio y una vez por semana jugar a ping-pong. El camino hacia la sala de recreo pasaba por la biblioteca. «Necesitamos entonces tres llaves diferentes, para alcanzar esta ventana», así empezamos nuestro plan. «Una para la celda, una para el pasillo de la biblioteca y otra para la misma biblioteca». Esto parece bastante difícil. Una evasión sin ser vistas, asegurando poder escaparnos incluso del otro lado del muro, sólo podía intentarse durante la noche. Las trabajadoras sociales llevaban las tres llaves en el llavero. Vigilaban de vez en cuando la hora de ping-pong. Alguna vez jugaban y dejaban sus llaves en la mesita.

Pasaron muchas semanas hasta conseguir las copias de las tres llaves. No eran especialmente buenas, pero quería intentarlo. […] 

De aquí [de la apertura de la celda por donde nos pasaban el rancho] debía iniciar nuestra fuga. Haciendo fuerza sobre la tapa, Moni podía abrir su celda, después venir a por mí, y juntas recoger a Gabi y a Ape, encerrarnos en la biblioteca, a través de la ventana trepar al tejado; desde ahí subir por las escalerillas de metal; anudar nuestra cuerda hecha de sábanas, y descolgarnos por el muro. Allí habría un coche esperando para recogernos. El plan era simplemente genial… […]

Susan se hizo cargo de los contactos conmigo desde el exterior. Con mucha paciencia e ingenio había conseguido las herramientas para reproducir un modelo de las llaves: un pequeñísimo cuchillo de bolsillo, los componentes para un pegamento endurecedor que, aplicados los ingredientes en su justa medida, se volvería duro como una piedra, y una pequeña pistola. Desde mi ventana tenía unas vistas desde donde podía controlar todos los movimientos de los funcionarios. Hacía las 22 horas se apagaron las luces. Con la margarina había hecho una vela. Ardía mal, su débil luz no se filtraría hasta el exterior, traicionándonos. Solamente una llave se había quedado dura yprometía. […] 
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Un par de días después llevé la llave conmigo, y luego encontré la posibilidad de probarla en la puerta de Biene [Juliane Plambeck]. ¡Funcionaba! Abro la puerta. Clavé la vista unos segundos muy largos en los ojos incrédulos de Biene. Justamente la noche de la fuga, la ronda no respetó su horario habitual. Poco después de las 22 horas di la señal. Las carceleras habían acabado su ronda y salían del pabellón. Todo fue a continuación según nuestro plan. […] Estábamos obligadas a esperar a las carceleras para cogerles las otras dos llaves. […]

Después de tres interminables horas de tensión, escuchamos las risas atenuadas de ambas mujeres, que llegaban desde la larga recta que hacía el pasillo. Como una banda de crías atracadoras, las esperábamos detrás de la esquina, en el recodo del pasillo. Se asustaron al ver las patas de silla que teníamos y nos suplicaron: «No nos peguéis, por favor, en la cabeza no». Me dieron lástima. ¿Qué pensaban de nosotras? No pensábamos para nada en golpearlas, no somos como sus escuadras de matones que hacen rondas. […]

«Parad, no queremos pegaros, solo queremos las llaves y que sigáis nuestras instrucciones». Se dejaron llevar sin ofrecer resistencia a la biblioteca, donde las atamos de pies y manos. Fui la primera a subir por la ventana al tejado y busqué a tientas el borde del muro. Ahora tendremos que largarnos a pie y desaparecer en la noche, pensé, pero según alcancé a ver la calle, en la penumbra de la farola veo un Mercedes plateado. ¡Susan! Había aguantado todo este tiempo. Luego nos dijo: «Eran los últimos minutos, poco después habría desistido».

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